Difícil explicar las situaciones pintorescas a que uno se enfrenta en el primer día en un nuevo trabajo. Mi primer empleo fue en la Universidad de São Paulo donde, en mi primer día, rompí una silla – y mis piernas volaron hacia atrás -, delante de unas 20 personas. Por supuesto, hay que añadir el hecho que la silla era nueva, recién desenfundada.
Cuando empecé a currar en una multinacional alimenticia, desmayé en mi primer día. Terminé vomitando encima de mi entonces nueva jefa, a camino de la enfermería. Eso sí, todo dentro de los padrones de higiene.
Ya en mi etapa española, la cosa sólo ha ido a peor (o hacia mejor, según lo veas). Después de una secuencia de empleos no muy recomendables a personas civilizadas, empecé, hace unos años, en una empresa de estudios de mercados. Como no, en mi primer día, rompí, por la mañana, la cafetera, dejando a más de 80 compañeros sin café en los tres días ulteriores.
Pero no sé si esto fue más complicado de lo que usar el baño de los profesores de la UAB –para obras mayores -, y no saber cómo funcionaba el complejo mecanismo de la cadena. Bien es cierto que fue la primera vez que contemplé un váter cuya válvula funcionaba tirándola hacia fuera y no apretándola, pese el hecho de ésta estar pegada a la pared.
Hoy, todo parecía diferente en mi primer día como visiting researcher. Al llegar en mi estación de trabajo, en el despacho que comparto con otros tres becarios locales, me encontré con una hoja que me enseñaba cómo debería sentarme y regular mi silla. Bien es cierto que, por anteriores experiencias, ya estaba preparado para ello. Además, en la misma octavilla, me indicaban el teléfono de la enfermería y algunos cuidados básicos con la salud en el verano, cosa que también ya lo tengo más o menos incorporada.
Llegué algo temprano. Me pareció raro no encontrarme con nadie, ya que pensaba que los ingleses empezaban su jornada laboral sobre las 9h. A las tantas, oí cuatro pitidos. Pensé que era la señal, como en el pateo de colegio, para los alumnos. Pero el pitido persistía, un poco más intenso.
El edificio es muy (post)moderno. Prácticamente todas las paredes son de cristal. Miré por encima del ordenador y, en el despacho de delante, un profesor trabajaba, ajeno al ruido. Pensé, “tú a lo tuyo”. Pero el pitido sólo hacia aumentar. Me mantuve firme, concentrado en lo mío. A más ruido, más firmeza. Unos 15 minutos después, alguien pica la puerta y me advierte que tengo que abandonar “immediately” el edifico. ¡Que suena la alarma de incendio!
Okay, mi despacho está en la ultima planta, la sexta. Pero he sido el último a salir del edificio. Del otro lado de la calle, todos los profesores, becarios y el personal administrativo esperaban un poco asqueados. Cuando alguien incumple las instrucciones de prevención de riesgos laborales y tarda más de 5 minutos en abandonar el edificio, es recibido con una sonora salva de palmas. Y ello porque el test no es considerado valido y tocará repetirlo algún día, en breve. Quizás este no sea el método más apropiado para hacerse conocer en la Facultad de Ciencias Sociales.
Temperatura: 23 ºC, con cielo despejado.
Viento: ninguno
Posibilidad de lluvia: 10%
miércoles, agosto 5
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1 comentario:
Eres el mejor! Realmente lo real te agrede o tu agredes a lo real! no te lo habia comentado alguien?????
ánimo!
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